Entiendo el respeto reverencial que despierta la torta imperial. Se le rinde culto como si fuera una especie de artefacto litúrgico, una reliquia dulce que solo puede tocarse con las manos limpias y el alma en paz. El caso es que ahí está, cada Navidad, redonda como una rueda de molino, crujiente como un corazón roto y envuelta en dos obleas más crujientes que el propio turrón. [Leer más…] acerca de Torta imperial. Historia del turrón más tradicional de España
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Frutas glaseadas, ¿por qué se han vuelto a poner de moda?
En las últimas décadas, las frutas glaseadas o escarchada ha sido el patito feo de los dulces con ese aspecto colorido, pegajoso y con fama de “cosa de abuelos”. Sin embargo, las nuevas versiones de este dulce tradicional las han devuelto al escaparate. ¿Quieres saber por qué ahora son tan populares en Casa Mira?
De las meriendas de posguerra al roscón “con extras”
Durante muchos años, decir “fruta glaseada” era casi sinónimo de “dulce de mayores”. De esos que gustaban a las abuelas y que los nietos apartaban con cara de pocos amigos. No era raro verlas en los Roscones de Reyes medio mordidas o directamente descartadas con disimulo.
Tiene su lógica, en la posguerra, cuando los dulces eran un lujo, una pieza de fruta confitada en azúcar era lo más parecido a un caramelo que muchos podían permitirse. Era un manjar. Así que para generaciones que crecieron en la escasez, la fruta glaseada se convirtió en sinónimo de celebración.
Pero esa historia no conectó igual con los nacidos a partir de los años 70 u 80, acostumbrados a dulces industriales de todos los colores y sabores. Durante décadas, las frutas glaseadas fueron un clásico con poca aceptación entre los más jóvenes. Hasta ahora.
Una fruta que se reinventa
En los últimos años, la fruta glaseada ha empezado a vivir un pequeño renacimiento. Ya no es solo esa cereza roja o el misterioso trozo verde del roscón. Hoy, las frutas glaseadas se elaboran en más variedades, con técnicas más cuidadas, y se presentan como una alternativa más natural —aunque sigue siendo un dulce, con su buena dosis de azúcar— frente a las chucherías repletas de conservantes y gelatina artificial.
El cambio ha venido por varios frentes: por un lado, los gustos han evolucionado. Por otro, también ha cambiado la forma en que se hacen y se presentan. Y, lo más importante: ahora hay más fruta, más sabor y menos colorante sin sentido.
¿Qué fruta hay detrás de las frutas glaseadas?
Una de las dudas más habituales cuando uno se enfrenta a una bandeja de frutas glaseadas es sencilla: ¿qué es esto? Porque, admitámoslo, entre tanto rojo brillante y verde fluorescente, a veces es difícil saber si estás comiéndote una cereza o un trozo de calabaza.
Estas son algunas de las frutas más comunes que se escarchan:
- Cereza: la más reconocible, suele conservar su forma redonda. Roja o verde.
- Naranja: en rodajas o medias lunas. Sabor cítrico más intenso.
- Calabaza: suele presentarse en cubos o tiras gruesas. Muy usada en roscones.
- Pera: más clara, con textura jugosa.
- Melón o sandía blanca: más translúcida, difícil de identificar si no se indica.
- Ciruela, higo o membrillo: menos comunes, pero cada vez más presentes en surtidos artesanos.
La clave está en cómo se preparan, porque el proceso es largo y cuidadoso.
¿Cómo se hacen las frutas glaseadas?
La elaboración de fruta glaseada no ha cambiado tanto desde hace siglos. Primero se elige fruta de calidad, firme, que no se deshaga. Se trocea si es necesario y se cuece durante varios días en almíbar, con distintos niveles de azúcar. Ese proceso permite que el azúcar penetre poco a poco en la fruta, sustituyendo su agua interna y conservándola.
Después, se seca durante días hasta formar esa capa externa ligeramente crujiente y brillante que le da su nombre: “glaseada”. El resultado es una fruta densa, dulce, que mantiene su forma y gana una textura muy particular.
En Casa Mira, este proceso sigue haciéndose de manera artesanal, como se ha hecho toda la vida. Sin prisas, sin maquinaria agresiva, respetando los tiempos que necesita cada fruta.
¿Por qué vuelven a estar de moda?
Puede que sea porque todo lo “vintage” está de vuelta, o porque buscamos opciones menos artificiales, pero lo cierto es que las frutas glaseadas están encontrando su sitio entre nuevos públicos.
Ya no se ven solo como decoración del roscón, sino como un ingrediente más para bizcochos, tartas, helados, e incluso para tomar tal cual. Al estar hechas con fruta real, aunque lleven azúcar, se perciben como algo más “natural” que muchas chucherías industriales.
Además, la variedad actual es mucho mayor. Se han reducido algunos colorantes llamativos, se han añadido frutas menos comunes, y los sabores están más definidos. Ya no es solo dulce por dulce. Ahora, puedes notar si estás comiendo pera o calabaza.
¿Son más sanas que unas gominolas?
No vamos a decir que las frutas glaseadas sean “saludables”. Tienen bastante azúcar y siguen siendo un capricho. Pero si comparamos con una chuche estándar, con sus conservantes, colorantes artificiales, y gelatinas de origen dudoso, las frutas glaseadas juegan en otra liga.
Al menos sabes lo que estás comiendo. Fruta, azúcar y paciencia. Y eso, hoy en día, ya es mucho decir.
Una nueva vida para un clásico
Las frutas glaseadas están saliendo del rincón de los dulces olvidados. Ya no son solo cosa de mayores. Cada vez más confiterías, como Casa Mira, apuestan por versiones con fruta reconocible, menos colorante y un sabor más auténtico. Y el público joven, curioso y menos prejuicioso con los dulces “de antes”, las está redescubriendo.
Así que si eras de los que apartaban el trozo verde del roscón… tal vez ha llegado el momento de darle otra oportunidad. Igual descubres que aquello que parecía lo peor del postre… ahora te sabe a gloria.
Si quieres probar frutas glaseadas de verdad, de las que saben a fruta y a tradición, acércate a Casa Mira en el centro de Madrid o haz tu pedido online. Porque hay clásicos que, cuando se hacen bien, saben mejor que nunca. ¡Te esperamos!
13 curiosidades sobre las rosquillas de San Isidro que no te esperas
Hay dulces que tienen historia. Y luego están las rosquillas de San Isidro, que tienen historia, leyenda, madrileñismo, azúcar glas, debates familiares y más tipos que una serie de Netflix.
Para los que crecimos en Madrid —o los que hemos aprendido a quererlo a golpe de vermú y verbena— mayo huele a mantones, a barquillos, a organillo… y, por supuesto, a rosquillas. Pero no a unas cualquiera, sino a rosquillas de San Isidro.
Así que, siéntate, sírvete una copita de anís —o un café con leche, que también vale— y prepárate para descubrir 13 cosas que (probablemente) no sabías sobre las rosquillas de San Isidro.
Curiosidades sobre las rosquillas más madrileñas
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Las rosquillas tienen más años que el acueducto
Sí, como lo lees. Aunque las asociamos con las verbenas del siglo XIX, su origen es romano. Ya en tiempos de togas y sandalias se preparaban masas dulces muy parecidas a las rosquillas actuales. Eso sí, sin playlist de chotis ni listas de espera en las confiterías.
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La Tía Javiera fue la influencer de la pradera
No tenía redes sociales, pero su fama corría de boca en boca. La legendaria Tía Javiera, vendedora de rosquillas allá por el siglo XIX, revolucionó las fiestas de San Isidro con su receta secreta. ¿Existió de verdad? Algunos dicen que sí, otros que fue puro marketing de la época.
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Hay cuatro tipos, pero una sola tradición
Las más conocidas son las tontas (sin nada encima) y las listas (con glaseado de azúcar, huevo y limón), pero se saben que hay dos más:
- Las de Santa Clara, cubiertas con un merengue seco que es gloria bendita.
- Las francesas, con almendra picada y un origen muy royal.
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Las tontas llegaron primero (pero no lo son tanto)
Sí, las más sencillas fueron las primeras. Las rosquillas tontas no tienen glaseado ni florituras, pero son las más auténticas. Son las de toda la vida y las que, cuando no había de nada, eran la mejor posibilidad que echarse a la boca en San Isidro. Harina, huevo, anís y horno. Nada más, ni nada menos.
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Las listas son las sofisticadas del grupo
Vinieron después, pero lo hicieron con actitud. Las rosquillas listas llevan un glaseado brillante (normalmente de limón), que las convierte en las reinas del escaparate. Dulces, aromáticas y algo coquetas, pero reservadas en su primigenia, para cuando el pecunio daba para mejorar la gastronomía. Ahora, ya las encontramos en cualquier rincón, son las cosas que nos regalan la tranquilidad política. Eso sí, por mucho glaseado que les pongamos, siempre hay rosquillas, y rosquillas con mayúsculas.
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Las francesas son cosa de reinas golosas
La historia cuenta que Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, no podía ni ver las rosquillas tontas. Y como para gustos, las rosquillas, encargó a su cocinero francés una versión más chic: con almendras y azúcar glas. Así nacieron las rosquillas francesas. O sea, el capricho real que acabó en la mesa del pueblo.
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Santa Clara también horneaba
Las monjas del convento de Santa Clara ya las hacían en el siglo XV. Y ojo, que además de rezar, dominaban el arte del merengue seco como nadie. ¿El secreto? Clara de huevo, un toque de anís y mucha paciencia. Un dulce que, con el tiempo, se volvió imprescindible en la fiesta más castiza del año.
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La masa es siempre la misma
Harina, huevo, azúcar, aceite y anís. No hace falta más para hacer magia. Lo que cambia es el acabado final. Unos se quedan en lo básico, otros se tiran al barro (o al glaseado, mejor dicho). Pero todos parten de la misma base: una receta sencilla que ha resistido siglos de modas.
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La forma de rosquilla tiene su explicación
Ese agujero en el centro no está ahí porque sí. Antiguamente se ensartaban en cañas o varillas para venderlas por la calle. Era la forma más práctica de llevarlas por la pradera de San Isidro, mientras bailabas, rezabas o buscabas un hueco en las casetas.
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Madrid se paraliza por las rosquillas
Durante el mes de mayo, las pastelerías de Madrid se llenan de pedidos, colas, reservas y declaraciones de amor a las rosquillas de San Isidro. Y es que no hay castizo que no tenga su preferida. Algunos las encargan con semanas de antelación. Otros hacen cola con devoción.
Las colas para comprar rosquillas de San Isidro en Casa Mira son ya una tradición más. Señoras con peinetas, abuelos con bastón, turistas despistados y madrileños de pura cepa: todos saben que aquí se cuece algo serio.11. La pradera de San Isidro es historia pura
La fiesta comenzó en el siglo XVI, en la pradera que limitaba con Carabanchel. Allí se decía que San Isidro hizo brotar un manantial con un arado para salvar la cosecha. Desde entonces, se montaban casetas, se vendían dulces —rosquillas incluidas— y se bailaba chotis hasta que se hacía de noche.
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También se comen fuera de Madrid (aunque no es lo mismo)
Sí, hay rosquillas por toda España, pero como las de San Isidro… pocas. Las nuestras tienen ese punto castizo, ese “algo” que no se puede explicar. Como la gracia madrileña: o la tienes, o la haces en Casa Mira.
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Hay versiones modernas para paladares inquietos
¿Rosquillas rellenas de crema, con chocolate o incluso sin gluten? Existen, sí. Pero en Casa Mira seguimos fieles a la receta de siempre. Porque lo clásico no pasa de moda, como el vermú de grifo o el chotis bien bailado.
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Galdós también era fan, aunque no lo dijera así
Benito Pérez Galdós menciona las rosquillas de San Isidro en sus novelas, como símbolo de la vida cotidiana madrileña. No sabemos si las compraba en Casa Mira, pero estamos seguros de que le habrían encantado.
Ven a por tus rosquillas, que mayo no espera
En Casa Mira llevamos muchos años haciendo las rosquillas de San Isidro como se han hecho siempre: con ingredientes sencillos, mucho mimo y un respeto absoluto por la tradición.
Así que, si este año quieres celebrar San Isidro con sabor auténtico, vente a vernos. Tenemos bandejas llenas, historias que contar y dulces que te van a hacer cerrar los ojos de gusto.
Y si eres más de lista que de tonta —o al revés—, no te preocupes: aquí no juzgamos, solo servimos lo mejor.
Bombones de turrón de Jijona, el secreto mejor guardado de Casa Mira
Hay placeres que no necesitan presentación. Como el primer trozo de turrón en Navidad, el crujido de una tableta de chocolate al partirse… o ese instante glorioso en el que descubres que ambos mundos pueden unirse en un solo bocado maravilloso. Así son los bombones de turrón de Jijona de Casa Mira: una delicia única, adictiva y, si nos preguntas, ligeramente peligrosa para la fuerza de voluntad. Pero, si vamos a pecar, mejor que sea con estilo.
Una de las especialidades de Casa Mira
En Casa Mira llevamos más de 100 años haciendo magia con el turrón. No es una forma de hablar: nuestra historia nos convierte en una de las casas más antiguas y queridas de Madrid en el arte turronero. Y cuando decimos “arte”, no exageramos. Porque el turrón de Jijona, ese de textura suave, sabor almendrado y perfume a miel de azahar, lo trabajamos con tanto mimo que casi da pena comérselo. (Aunque, por suerte, se nos pasa rápido).
Y un día, entre mazapán, yemas y almendras, se nos ocurrió una idea: ¿y si convertimos el turrón en bombón? ¿Y si metemos todo ese sabor tradicional en una pequeña cápsula de chocolate? ¿Y si creamos un dulce nuevo, sin perder ni una pizca del alma del turrón? Así nacieron nuestros bombones de turrón de Jijona, una especialidad de Casa Mira, y que ha pasado de ser un secreto para los más fieles… a una de nuestras delicias más deseadas.
¿Qué tienen estos bombones de turrón que los hace tan especiales?
Vamos por partes. Sí, son bombones, pero no son “un bombón más”. No llevan rellenos industriales ni coberturas sin alma. No son empalagosos ni empastan la boca. Son una obra de equilibrio, en la que cada ingrediente está en su sitio, cada textura tiene su propósito y cada bocado es una mini-experiencia gourmet.
Bombones de turrón de verdad, sin trampa ni cartón
Nuestros bombones de turrón de Jijona se elaboran a partir de:
- Cobertura de chocolate con leche: con azúcar, manteca de cacao, leche en polvo, pasta de cacao, y un toque de vainilla. Cremoso, fundente, delicado.
- Turrón de Jijona auténtico (70%), elaborado con:
- 34% de almendra de la cuenca mediterránea (que ya sabes que no es cualquier almendra),
- 18% de miel de azahar, que aporta ese aroma suave y florido tan característico,
- azúcar y albúmina de huevo, como en la receta tradicional.
- Y un toquecito de cobertura de chocolate blanco, que le da el punto dulce sin robarle protagonismo al turrón.
Todo eso, en una pieza pequeña, perfecta para acompañar un café, regalar o —seamos honestos— esconder en un cajón y dosificar con egoísmo.
El regalo perfecto (o el capricho que te mereces)
Nuestros bombones de turrón de Jijona no son solo un bocado exquisito. También son un detalle elegante y original. Son perfectos para llevar cuando te invitan a cenar, para regalar en una fecha especial, o simplemente para tener en casa y darte un capricho cuando el día se tuerce un poco. Porque hay días en los que lo único que necesitamos es un buen bombón y cinco minutos de silencio.
Y si eres de los que todavía piensan que el turrón “es solo para Navidad”… tenemos una noticia: estos bombones se disfrutan todo el año. No pesan, no empalagan, no se derriten al mirarlos. Y te hacen feliz en primavera, verano, otoño o cuando te da por abrir la despensa a medianoche.
¿Y qué dicen quienes los prueban?
Nuestros clientes lo tienen claro: una vez los descubres, ya no hay vuelta atrás. Algunos vienen a Casa Mira exclusivamente a por ellos. Otros los incluyen en sus pedidos cada vez que hacen acopio de dulces. Los hay que los esconden de los niños. (Y también de sus parejas, pero eso no lo diremos muy alto).
“Es como comerte la Navidad en una onza”, nos dijo una clienta una vez. Y tiene razón: nuestros bombones de turrón de Jijona condensan en cada mordisco todo lo que nos gusta del turrón, pero en una versión más moderna, más manejable y, para qué engañarnos, más golosa.
El valor de lo artesanal
En Casa Mira no hacemos las cosas rápido. No nos interesa. Nos gusta trabajar con tiempo, con manos expertas, con ingredientes nobles. Hacer turrón de Jijona no es cuestión de apretar un botón: es una tradición, un arte, una responsabilidad. Y transformarlo en bombón sin perder esa esencia es, también, una forma de rendir homenaje a nuestras raíces.
Porque podríamos hacer bombones como los demás. Podríamos comprar rellenos ya hechos, fundir chocolate en masa y usar moldes industriales. Pero no sería lo mismo. No sabrían igual. Y, sobre todo, no serían Casa Mira.
Ven a descubrir los bombones de turrón de Jijona
Los bombones de turrón de Jijona no se explican: se prueban. Te invitamos a pasarte por nuestra confitería, dejarte tentar y descubrir por qué este pequeño gran invento es ya uno de nuestros clásicos. Pide uno, pruébalo sin prisa, y ya nos contarás si no has sentido el flechazo.
Y, si no puedes venir, no te preocupes: en nuestra tienda online casamira.es los tienes a un clic de distancia. Te los mandamos con todo el cuidado del mundo, para que lleguen perfectos y listos para conquistar paladares.
Así que ya sabes: si quieres un dulce especial, único, que combine lo mejor del turrón más auténtico con el encanto del buen chocolate, los bombones de turrón de Jijona de Casa Mira te están esperando.
Porque a veces, las mejores historias de amor… empiezan con un bombón.
Las torrijas de toda la vida en Semana Santa
Hay cosas que no cambian, por mucho que pasen los años. Los villancicos en Navidad, las procesiones en Semana Santa… y las torrijas en la mesa. Las de toda la vida. Esas que huelen a infancia, a abuela en la cocina, a pan mojado en leche y frito con cariño. Y aunque hoy en día parece que todo puede reinventarse —hasta el agua con gas tiene versiones gourmet—, las torrijas de toda la vida, las clásicas, siguen ganando por goleada en el campeonato de los postres de Semana Santa.
Torrijas, un bocado humilde con siglos de historia
Las torrijas no nacieron ayer. Se tiene constancia de una receta muy parecida en la antigua Roma, allá por el siglo I, con pan remojado en leche y luego frito, aunque el azúcar aún tardaría en aparecer. En España, se popularizaron en el siglo XV como una forma de aprovechar el pan duro y de alimentar cuerpos debilitados… y no, no por la dieta, sino por los ayunos religiosos.
La mezcla de ingredientes básicos (pan, leche, huevo, azúcar y canela) era económica, sustanciosa y reconfortante. Y de paso, se convertía en una especie de abrazo comestible en tiempos de recogimiento espiritual. Así fue como las torrijas se asociaron con la Semana Santa. Porque si no se puede comer carne, al menos que la merienda te haga feliz.
La receta de la torrija de toda la vida (la que nunca falla)
Todos tenemos en la memoria esa versión de torrija que marca un antes y un después. En mi caso, era la que preparaba mi yaya Maruja, que decía que si una torrija no pesaba lo mismo que un ladrillo, es que no estaba bien hecha. Y oye, tenía razón.
La receta clásica de la torrija de toda la vida no necesita florituras: rebanadas de pan del día anterior, leche infusionada con canela y piel de limón, huevo batido, una sartén con aceite bien caliente, y azúcar espolvoreado por encima. Algunas familias prefieren pasarlas por vino antes que por leche (las famosas torrijas al vino), y otras les añaden un toque de miel. Pero todas tienen algo en común: ese sabor que te transporta.
El fenómeno “torrijil”, cuando la tradición se encuentra con la vanguardia
Pero claro, como todo en esta vida, las torrijas no se han librado de la fiebre por la innovación culinaria. En los últimos años hemos asistido a la reinvención de la torrija con entusiasmo casi científico: torrijas de chocolate, de café, rellenas de crema catalana, cubiertas de frutas del bosque, hechas al horno, al vapor, veganas, sin gluten… y sí, también hay versiones “fit” (aunque yo, sinceramente, no sé si quiero una torrija que me mire desde el plato sin remordimientos).
Algunos chefs las presentan en formato mini, con toques de oro comestible, en platos que parecen salidos de un museo más que de una cocina. Y oye, que están riquísimas, no lo vamos a negar. La creatividad merece un aplauso. Pero hay que decirlo sin miedo: la torrija de toda la vida no tiene rival. Porque podrá venir una versión con espuma de vainilla de Madagascar, pero no hay aroma que iguale al de la torrija casera que inunda la casa un Jueves Santo por la tarde.
¿Y qué pasa en Casa Mira?
En Casa Mira llevamos generaciones apostando por lo artesanal, por el sabor auténtico, el de siempre. Porque sabemos que hay cosas que no necesitan reinventarse para seguir siendo perfectas. Nuestras torrijas se elaboran como se hacía antaño: con mimo, con ingredientes de primera y con ese respeto por la tradición que tanto nos caracteriza.
No es una cuestión de nostalgia —o no solo—. Es que cuando algo está bien hecho, no hace falta disfrazarlo. Y nuestras torrijas siguen emocionando a nuestros clientes año tras año, generación tras generación. Nos encanta ver cómo alguien viene por “una torrijita para probar” y acaba llevándose media bandeja “por si acaso”.
Y claro, a veces también nos piden versiones con chocolate o con frutas. No nos cerramos a nada, y las hacemos con gusto. Pero siempre con esa base de respeto por lo original, sin perder la esencia de lo que significa una buena torrija. Porque no se trata solo del sabor, sino de la experiencia: del ritual de prepararlas, del olor a canela y azúcar, del primer mordisco que cruje y luego se funde en la boca.
Torrijas para todos los gustos (pero que sepan a hogar)
Entendemos que hay quienes disfrutan experimentando, y que probar cosas nuevas es parte del placer de comer. Por eso, en muchas casas y pastelerías hoy en día conviven las torrijas de toda la vida con sus primas modernas: torrijas con leche de coco, con sirope de arce, con crema de queso, incluso con licor de naranja. ¿Y sabes qué? Está bien. La gastronomía también vive de la curiosidad.
Pero cuando llega Semana Santa, hay algo en nuestro corazón que pide volver a lo de siempre. A la torrija que se come con los dedos, que chorrea un poquito (o un muchito), que deja las manos pegajosas y el alma contenta.
Una tradición que no pasa de moda
Las modas van y vienen. Cambian los móviles, las redes sociales, hasta las canciones de misa. Pero la torrija permanece. Es ese pequeño lujo que nos regalamos cuando los días se alargan, el incienso flota en el aire y el calendario marca que ya estamos en primavera.
En un mundo que corre demasiado deprisa, la torrija nos invita a detenernos. A remojar el pan con paciencia, a freír sin prisas, a saborear sin culpa. Y eso, queridos lectores, no tiene precio.
¿Te animas a probar la torrija de toda la vida en Casa Mira?
En Casa Mira te esperamos con las torrijas más auténticas. Las de toda la vida. Las que huelen a abuela y saben a infancia. Las que nos recuerdan que las cosas simples, hechas con amor, son las que más duran en la memoria. Y si quieres probar alguna con un toque diferente, también tenemos algo para ti. Pero ya te avisamos: una vez que pruebas una torrija de verdad, no hay vuelta atrás. Las encontrarás, en nuestra tienda del centro de Madrid, o en nuestra tienda online para que te las lleven a casa.
Así que esta Semana Santa, hazle un hueco a este dulce en tu mesa. Y si quieres hacerlo perfecto, acompáñalo con un café, una copita de anís… o simplemente, con una buena conversación.
Porque, como decimos en Casa Mira:
“Lo bueno, si es tradicional, dos veces bueno.”
Las 6 especialidades de Casa Mira imposibles de ignorar, aunque estés a régimen
Sabemos que intentar resistirse a los dulces es un reto, pero si has entrado en Casa Mira, ya te habrás dado cuenta de que la tentación es inevitable. Nuestra tradición artesanal, transmitida de generación en generación, nos permite ofrecer productos que no solo deleitan el paladar, sino que también cuentan historias de siglos de historia repostera. Por eso, te presentamos seis especialidades de Casa Mira que, aunque estés a dieta, serán imposibles de ignorar.
Las especiales de Casa Mira imprescindibles para el paladar
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Turrones: el alma de Casa Mira
Si hablamos de Casa Mira, hablamos de turrones. Desde 1842 elaboramos nuestros turrones siguiendo recetas tradicionales, con almendras seleccionadas, miel pura y sin prisas. Cada bocado es una vuelta a los sabores de siempre, a la navidad de la infancia, al placer sin artificios. Clásicos como el turrón de Jijona y el de Alicante conviven con otras variedades como el de yema tostada o el de chocolate.
Si todavía no los has probado, te invitamos a descubrirlos aquí.
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Polvorones: pequeños bocados de placer
No hace falta que sea Navidad para disfrutar de un buen polvorón. En Casa Mira los hacemos como manda la tradición: con manteca de calidad, almendra molida y un delicado toque de canela. Al primer mordisco, la textura mantecosa se deshace en la boca y el sabor se despliega en toda su intensidad. Son el compañero perfecto de un café a media tarde o un capricho para cualquier momento del día.
Si no puedes esperar, los tienes disponibles aquí.
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Mazapanes: la esencia de la almendra
Pocos dulces tienen una historia tan rica como el mazapán. Se dice que su origen se remonta a la época árabe, y desde entonces ha formado parte de la repostería tradicional española. En Casa Mira seguimos preparando los mazapanes con almendra y azúcar, sin conservantes ni artificios. Su textura suave y su sabor equilibrado hacen que cada pieza sea un pequeño lujo para los amantes de los dulces artesanos.
Si quieres darte un capricho, puedes encontrarlos aquí.
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Fruta escarchada: dulzura natural
Otra de las especialidades de Casa Mira. Si hay algo que distingue a nuestra fruta escarchada es la paciencia con la que la elaboramos. No es un proceso rápido, pero los mejores resultados requieren su tiempo. Seleccionamos las mejores frutas y las confitamos lentamente hasta lograr la textura y dulzor perfectos. Higos, calabazate, naranjas, cerezas… cada pieza es una joya para disfrutar sola o como ingrediente de postres tradicionales.
Si todavía no has probado nuestra fruta escarchada, la tienes aquí.
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Pan de Cádiz: la obra maestra del mazapán
Este dulce gaditano es una verdadera obra de arte. Su exterior de mazapán envuelve un relleno de yema y frutas confitadas que hacen que cada bocado sea una experiencia única. No es casualidad que en Casa Mira sea uno de los productos más demandados: su sabor es inolvidable y su elaboración, completamente artesanal. Si aún no lo has probado, estás perdiéndote uno de los grandes tesoros de la confitería española.
Hazte con uno aquí.
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Marrón glacé: la sofisticación de la castaña
El marrón glacé es el dulce perfecto para los paladares más exigentes. Se trata de castañas confitadas y glaseadas con mimo, siguiendo una técnica tradicional francesa que hemos perfeccionado en Casa Mira. Su textura delicada y su sabor refinado lo convierten en un placer elegante, perfecto para acompañar un buen vino dulce o un licor artesanal.
Si quieres darte un capricho exclusivo, los tenemos aquí.
Imposible resistirse en cualquier época del año
Dieta o no dieta, hay cosas que simplemente no se pueden dejar pasar. Cada una de las especialidades de Casa Mira tiene su historia, su personalidad y su sello de calidad. Y en Casa Mira, nuestra pasión por la elaboración artesanal sigue intacta desde 1842. Así que si te das un capricho, que sea con lo mejor.
¡Te esperamos!