Hay dulces que tienen historia. Y luego están las rosquillas de San Isidro, que tienen historia, leyenda, madrileñismo, azúcar glas, debates familiares y más tipos que una serie de Netflix.
Para los que crecimos en Madrid —o los que hemos aprendido a quererlo a golpe de vermú y verbena— mayo huele a mantones, a barquillos, a organillo… y, por supuesto, a rosquillas. Pero no a unas cualquiera, sino a rosquillas de San Isidro.
Así que, siéntate, sírvete una copita de anís —o un café con leche, que también vale— y prepárate para descubrir 13 cosas que (probablemente) no sabías sobre las rosquillas de San Isidro.
Curiosidades sobre las rosquillas más madrileñas
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Las rosquillas tienen más años que el acueducto
Sí, como lo lees. Aunque las asociamos con las verbenas del siglo XIX, su origen es romano. Ya en tiempos de togas y sandalias se preparaban masas dulces muy parecidas a las rosquillas actuales. Eso sí, sin playlist de chotis ni listas de espera en las confiterías.
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La Tía Javiera fue la influencer de la pradera
No tenía redes sociales, pero su fama corría de boca en boca. La legendaria Tía Javiera, vendedora de rosquillas allá por el siglo XIX, revolucionó las fiestas de San Isidro con su receta secreta. ¿Existió de verdad? Algunos dicen que sí, otros que fue puro marketing de la época.
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Hay cuatro tipos, pero una sola tradición
Las más conocidas son las tontas (sin nada encima) y las listas (con glaseado de azúcar, huevo y limón), pero se saben que hay dos más:
- Las de Santa Clara, cubiertas con un merengue seco que es gloria bendita.
- Las francesas, con almendra picada y un origen muy royal.
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Las tontas llegaron primero (pero no lo son tanto)
Sí, las más sencillas fueron las primeras. Las rosquillas tontas no tienen glaseado ni florituras, pero son las más auténticas. Son las de toda la vida y las que, cuando no había de nada, eran la mejor posibilidad que echarse a la boca en San Isidro. Harina, huevo, anís y horno. Nada más, ni nada menos.
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Las listas son las sofisticadas del grupo
Vinieron después, pero lo hicieron con actitud. Las rosquillas listas llevan un glaseado brillante (normalmente de limón), que las convierte en las reinas del escaparate. Dulces, aromáticas y algo coquetas, pero reservadas en su primigenia, para cuando el pecunio daba para mejorar la gastronomía. Ahora, ya las encontramos en cualquier rincón, son las cosas que nos regalan la tranquilidad política. Eso sí, por mucho glaseado que les pongamos, siempre hay rosquillas, y rosquillas con mayúsculas.
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Las francesas son cosa de reinas golosas
La historia cuenta que Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, no podía ni ver las rosquillas tontas. Y como para gustos, las rosquillas, encargó a su cocinero francés una versión más chic: con almendras y azúcar glas. Así nacieron las rosquillas francesas. O sea, el capricho real que acabó en la mesa del pueblo.
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Santa Clara también horneaba
Las monjas del convento de Santa Clara ya las hacían en el siglo XV. Y ojo, que además de rezar, dominaban el arte del merengue seco como nadie. ¿El secreto? Clara de huevo, un toque de anís y mucha paciencia. Un dulce que, con el tiempo, se volvió imprescindible en la fiesta más castiza del año.
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La masa es siempre la misma
Harina, huevo, azúcar, aceite y anís. No hace falta más para hacer magia. Lo que cambia es el acabado final. Unos se quedan en lo básico, otros se tiran al barro (o al glaseado, mejor dicho). Pero todos parten de la misma base: una receta sencilla que ha resistido siglos de modas.
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La forma de rosquilla tiene su explicación
Ese agujero en el centro no está ahí porque sí. Antiguamente se ensartaban en cañas o varillas para venderlas por la calle. Era la forma más práctica de llevarlas por la pradera de San Isidro, mientras bailabas, rezabas o buscabas un hueco en las casetas.
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Madrid se paraliza por las rosquillas
Durante el mes de mayo, las pastelerías de Madrid se llenan de pedidos, colas, reservas y declaraciones de amor a las rosquillas de San Isidro. Y es que no hay castizo que no tenga su preferida. Algunos las encargan con semanas de antelación. Otros hacen cola con devoción.
Las colas para comprar rosquillas de San Isidro en Casa Mira son ya una tradición más. Señoras con peinetas, abuelos con bastón, turistas despistados y madrileños de pura cepa: todos saben que aquí se cuece algo serio.11. La pradera de San Isidro es historia pura
La fiesta comenzó en el siglo XVI, en la pradera que limitaba con Carabanchel. Allí se decía que San Isidro hizo brotar un manantial con un arado para salvar la cosecha. Desde entonces, se montaban casetas, se vendían dulces —rosquillas incluidas— y se bailaba chotis hasta que se hacía de noche.
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También se comen fuera de Madrid (aunque no es lo mismo)
Sí, hay rosquillas por toda España, pero como las de San Isidro… pocas. Las nuestras tienen ese punto castizo, ese “algo” que no se puede explicar. Como la gracia madrileña: o la tienes, o la haces en Casa Mira.
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Hay versiones modernas para paladares inquietos
¿Rosquillas rellenas de crema, con chocolate o incluso sin gluten? Existen, sí. Pero en Casa Mira seguimos fieles a la receta de siempre. Porque lo clásico no pasa de moda, como el vermú de grifo o el chotis bien bailado.
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Galdós también era fan, aunque no lo dijera así
Benito Pérez Galdós menciona las rosquillas de San Isidro en sus novelas, como símbolo de la vida cotidiana madrileña. No sabemos si las compraba en Casa Mira, pero estamos seguros de que le habrían encantado.
Ven a por tus rosquillas, que mayo no espera
En Casa Mira llevamos muchos años haciendo las rosquillas de San Isidro como se han hecho siempre: con ingredientes sencillos, mucho mimo y un respeto absoluto por la tradición.
Así que, si este año quieres celebrar San Isidro con sabor auténtico, vente a vernos. Tenemos bandejas llenas, historias que contar y dulces que te van a hacer cerrar los ojos de gusto.
Y si eres más de lista que de tonta —o al revés—, no te preocupes: aquí no juzgamos, solo servimos lo mejor.