Las tejas de almendra son un dulce discreto y modesto, pero con carácter. De los que se crujen con elegancia, sin necesidad de fuegos artificiales y perduren en los escaparates de las confiterías, pasen los años que pasen. No necesitan campañas de marketing, no se anuncian en televisión, no tienen influencers que los saquen en Instagram. Pero ahí están, silenciosos, constantes, fieles.
Su nombre, por si alguien anda despistado, no tiene nada que ver con la construcción. Bueno, un poco sí. La teja de almendra se llama así por su forma curvada, que recuerda a las tejas que cubren los tejados de las casas de toda la vida. Y, como esas tejas, aguantan lo que les eches: el paso del tiempo, las modas cambiantes y la competencia de las cookies con triple chocolate y chips rellenos de lava de caramelo.
Tolosa: mucho más que alubias y sidra
Aunque hoy las tejas se comen por toda España y parte del extranjero, su origen concreto tiene nombre y apellidos: Tolosa, Guipúzcoa, País Vasco. Corría el año 1924 cuando un pastelero con inquietudes, Luis María Eceiza, decidió versionar una receta catalana y adaptarla al gusto de sus clientes vascos. Le encargaron algo ligero, que acompañara bien la contundente comida del Asador Casa Julián, y se sacó de la manga estas galletitas finas como papel, con almendra, claras de huevo y un poco de mantequilla. Et voilà. Sin saberlo, Eceiza acababa de crear un clásico.
¿Pero de qué están hechas exactamente?
La receta de las tejas de almendra no tiene grandes misterios, aunque sí un par de trucos que conviene respetar. El ingrediente estrella, cómo no, es la almendra. A poder ser, de la variedad marcona, que es la reina de las almendras: dulce, redonda, carnosa y con más sabor que muchas pastas de té juntas. A esa almendra laminada se le suman claras de huevo, azúcar, harina y mantequilla fundida. Algunos le añaden vainilla o un toque cítrico (limón o naranja), pero no es imprescindible.
La gracia está en la proporción y, sobre todo, en cómo se hornean: la masa se reparte con mimo, en finas capas, sobre papel de horno o silicona. Luego se hornea unos minutos, justo hasta que los bordes empiecen a dorarse. Y aquí viene la parte de habilidad: nada más sacarlas del horno, hay que colocarlas sobre una botella, un rodillo o lo que tengas a mano con forma cilíndrica. Ahí es donde adquieren su famosa forma curvada.
Eso sí, hay que ser rápido. Si parpadeas, se enfrían. Y si se enfrían, adiós forma. Pasan de galleta de pastelería a oblea tiesa en cuestión de segundos.
Entre la pastelería y la merienda de siempre
Las tejas de almendra se ganaron su sitio en la repostería por méritos propios. En las buenas confiterías (como Casa Mira, por supuesto) son sinónimo de calidad. Pero también tienen un punto entrañable: mucha gente las recuerda como “las galletitas que ponía mi abuela con el café”. Y no es casualidad.
Son finas, no llenan, y tienen ese equilibrio perfecto entre lo dulce y lo tostado que te permite tomarte tres seguidas sin remordimiento. Su textura crujiente, pero no seca, las hace el compañero ideal para una sobremesa larga, una infusión al atardecer o un capricho de media mañana.
Variaciones para todos los gustos
Con el paso de los años, las tejas se han ido adaptando. Como todos los buenos clásicos, han sabido evolucionar sin traicionarse. Hoy puedes encontrarlas con chocolate negro, con yema tostada, con un toque de ralladura de limón o incluso con anís. Algunas llevan trozos más grandes de almendra, otras son un poco más blandas, otras más caramelizadas. Pero todas respetan el espíritu original: sencillez, sabor y textura.
Por qué las tejas de almendra siguen gustando tanto
Las tejas de almendra no son dulces “de temporada”. Se venden todo el año. Y, lo más curioso, es que no se pasan de moda. Tal vez porque no se han vendido nunca como algo moderno. No han intentado colarse en el universo de los postres “healthy” (aunque, ojo, tienen menos grasa que muchas barritas energéticas). Ni en el de los postres instagramables.
Se han mantenido fieles a sí mismas: finas, crujientes, doradas. Porque en un mundo donde todo parece sobrecargado, recubierto, rebozado y reinventado… una teja bien hecha tiene algo refrescante.
¿Dónde encontrar unas tejas de almendra como Dios manda?
Pues aquí es donde entra Casa Mira. En nuestra confitería, que lleva en pie desde 1842, seguimos haciendo las cosas como se deben: con ingredientes nobles, recetas clásicas y mucho amor. Nuestras tejas de almendra se elaboran a mano, una a una, con almendra de la buena, claras batidas en su punto y la paciencia que hace falta para que queden finas y crujientes como deben.
Puedes venir a vernos a nuestra tienda de la Carrera de San Jerónimo, en pleno corazón de Madrid. Un lugar donde el tiempo parece ir a otro ritmo y donde cada dulce tiene una historia que contar. O, si lo prefieres, puedes comprarlas online desde la comodidad de tu sofá y dejar que el crujido llegue directamente a tu puerta.
Porque si hay un momento perfecto para volver a lo sencillo, a lo auténtico y a lo que realmente está bien hecho, es ahora.