Pocas cosas son tan madrileñas como las rosquillas de San Isidro. Pero, ¿Por qué son tan populares?, ¿Cuál es la historia de las rosquillas de San Isidro?, ¿Son todas las rosquillas iguales?…
¿Cuándo se comen las rosquillas del santo?
Cada 15 de mayo los madrileños se lanzan a pasear por la Pradera de San Isidro para celebrar sus fiestas patronales.
Vestidos de chulos y chulapas, pasean calle arriba y abajo, tras visitar la ermita de San Isidro, entre el intenso olor de las frituras de las gallinejas y los entresijos y los puestos de rosquillas del Santo.
Ninguno se va sin comprar al menos una rosquilla, ya que, una vez hayas probado una, la experiencia engancha tanto como la tortilla de patata de una abuela.
¿Qué tipo de rosquillas de San Isidro hay?
Sobre las bandejas de los puestos callejeros se exhiben cientos de rosquillas y, aunque siempre hay algún puesto innovador que nos ofrece algún invento culinario, lo cierto es que solo hay cuatro sabores principales.
- Rosquillas tontas: Las más populares. Aunque su nombre no invite a ser la elegida, las rosquillas tontas son la esencia de la rosquilla madrileña. Son la base sobre las que puedes construir los cimientos de una nueva rosquilla, e incluso una casa de 3 pisos, ya que su consistencia lo resiste todo. Su origen se remonta a la Edad Media, sin añadidos ni florituras, pero no por ello peor que las demás, ni mucho menos.
- Rosquillas listas: Una tonta a la que se le ha añadido azúcar fondant por encima, de ahí su nombre.
- Rosquillas francesas: Con un toque de sofisticación, ya que llevan almendra por encima.
- Rosquillas de Santa Clara: Con cobertura de merengue seco, que se desparramará por los dedos en cuanto le hinques el diente.
Origen de las rosquillas del Santo
Aunque el origen primigenio de la receta de las rosquillas nos remonta hacia tiempos romanos, lo cierto, es que las rosquillas, tal y como se comen en San Isidro, no tienen tanta solera.
Se tienen datos de que en el siglo XIX ya se vendían, aunque hay ciertas dudas de su verdadera procedencia. Se cuenta que fue una vendedora local conocida como “la tía Javiera” quién comenzó a venderlas en las fiestas patronales, con tal éxito, que en poco tiempo tuvo férreos seguidores que copiaron su receta fingiendo ser familiares.
Por lo visto, la tal Javiera no dejó descendientes que heredasen la tradición, pero durante mucho tiempo le salieron tantos hijos adoptivos, en cuestión a lo de vender rosquillas se refiere, que hasta Ramón Gómez de la Serna le dedicó unos versos.
Lo que es cierto, es que no puedes pasarte por Madrid sin probar alguna rosquilla del Santo, pero, no te preocupes si no coincides con las fiestas de San Isidro, porque en Casa Mira podrás probarlas incluso fuera de temporada, ya que las llevan elaborando de forma artesanal desde 1840.
Mi recomendación es que la acompañes con un poco de agua, o de vino blanco de Arganda, como manda la tradición, ya que es capaz de absorber todos los flujos del cuerpo.