La vuelta al cole es algo que pone los pelos de punta a cualquier niño desde hace décadas. En los años 80 estaba precedido por aquellos odiosos anuncios de un conocido centro comercial que advertían que el verano se acababa, y que tan solo una mochila nueva y reluciente podía compensar tan magnífica caída de ánimo. Pero, había otra indemnización para subsanar aquel despropósito que era la vuelta el cole: los bollos artesanos de la merienda.
Los bollos de la nostalgia
Normalmente, en los años 80 y 90, era común encontrar en las mochilas, entre lápices de colores y apuntes hechos un burruño, un bocadillo de jamón de york o chorizo envuelto en un brillante papel de plata. A veces, hasta nos habían colocado ¡una pieza de fruta!, lo que suponía un bajón absoluto, sobre todo si tus compañeros habían corrido otra suerte.
Esa suerte podía tratarse, una vez a la semana, de un trozo de chocolate con pan, un donut esponjoso, una palmera de chocolate, pepito de chocolate, un cuerno de chocolate… o todo aquello que tuviera un extra de azúcar y mucho chocolate. Era un día especial, de esos en los que esperabas con ansia la hora de recreo, y donde tus amigos te miraban con una envidia malsana y dejaban de ser tus amigos si no les invitabas al menos a un morisco del manjar.
Bollos artesanos para la vuelta al cole
Pero no todos los bollos estaban buenos, algunos eran especialmente deliciosos. Aquellos en los que se notaba que el pastelero había puesto más interés que el que se merecía el sueldo, le había echado amor, cuidado, y quizás un poco más de chocolate del habitual. Esos eran los preferidos por todos.
El recuerdo de aquellos pepitos de chocolate rellenos de crema pastelera que se salía por los lados, y el chocolate por encima que crujía al morderse. La mirada de soslayo de mis compañeros que esperaban que les convidase a un morisco, eso sí, siempre poniendo el dedo que señalaba, con precisión milimétrica, el centímetro exacto hasta donde estaba permitido hincar el diente sin hacer un destrozo en tu ambrosía celestial. Pero quizás hay un especial cariño hacia los cuernos de chocolate, donde el chocolate líquido se desparramaba al morder y te llenaba dedos, el cuerpo, y la mente de una sobredosis de azúcar y una cara de satisfacción que duraba un buen rato. Era subir al cielo y darse un rodeo por las nubes hasta que volvías a dar el siguiente mordisco.
Dulces cargados de recuerdos
Y, ¿Qué decir de las palmeras de azúcar que no esté en los anales de la historia de finales del siglo XX? Aquellos bordes tostados y crujientes por los que todos nos peleábamos pero que solo eran propiedad de su dueño, a no ser que fueses de los pocos que preferían el interior blando y jugoso de la palmera. En aquellos años el sabor lo era todo, y también el tamaño, porque siempre se quedaba pequeño.
El sabor de los bollos artesanos de la vuelta al cole es el sabor de la nostalgia. Un sabor que cuando vuelves a probar de adulto no recuerdas de igual manera, porque ahora notas el exceso de azúcar y, sobre tu cabeza y los michelines, te ronda el remordimiento de haberte zampado tú solo un bollo cargado de calorías.
Casa Mira. Un obrador con siglos de tradición
Pocos son los sitios en los que se pueden encontrar todavía esos dulces cargados de recuerdos. Ahora se llevan más las grasas trans y de palma y, lejos del escaparate, suelen exhibirse, con el chocolate a medio fundir envueltos en una bolsa de plástico, en las tiendas de comida rápida. Sin embargo, todavía podemos encontrar algún local donde se obre el milagro de volver al cole con un buen bollo de los de antaño.
Este es el caso de Casa Mira, un obrador especializado en turrón pero también conocido por sus exquisitos pasteles y dulces. Cada producto de Casa Mira es resultado de décadas de experiencia y pasión por la repostería artesanal. No sin razón es uno de los locales “Proveedores de la Real Casa” desde hace siglos. Su fábrica de turrones fue proveedora de la Casa Real española durante los reinados de Isabel II, de Amadeo de Saboya, de Alfonso XII, de la Regencia de María Cristina y de Alfonso XIII. Así que, imagino que más de un futuro rey también habrá sido mirado de reojo por sus compañeros al sacar de la mochila un buen bollo de chocolate, procedente de Casa Mira.